¡Gracias Francia, Gracias!

Reflexiones porteñas de "El Reo de la Cortada"(*)

Alguna vez me pregunté, mientras me hacía la rata en el Rosedal, de dónde podría venir ese nombre para tan bella costumbre. Cuando ni las ratas ni los ratones y mucho menos las lauchas, podían incurrir en placer semejante, dada su vida ajena al estudio y al colegio. 

Y la respuesta la recibí en el cine, viendo una película francesa, allá por los años 50, vaya a saber en qué sala perdida del barrio. Jean Gabin, aquel gran actor francés, estaba, en aquella vieja ficción cuyo nombre no recuerdo, a las puertas del viejo mercado de Les Halles. Y fue entonces que, dirigiéndose a otro personaje (creo que a una bella mujer) dijo, refiriéndose a vaya a saber qué otro tipo que debía estar allí pero que no estaba, que éste se había raté (o sea piantado, escondido vaya a saber dónde).

Así fue que descubrí, en aquellos tempranos años, que el argot criollo no se compone solamente de palabras vulgares originadas en Italia o en España y que, mucho menos, responden sólo al ingenio local. Y, más adelante, hurgando en las cifras de aquellos años de fuerte inmigración, esto es, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, confirmé que italianos y españoles eran los que habían hecho punta, pero que terceros –aunque lejos de aquellos dos– se encontraban los franceses. Lo que explica, entre otras cosas, que Berthe Gardés, madre soltera, seducida, allá en Toulouse, por el hijo del patrón de la casa de planchado en la que trabajaba, hubiera decidido venirse para aquí, con su crío de tres años, Carlitos, poniendo así distancia con sus vecinos, que vaya a saber qué dirían de ella, aunque cabe imaginarlo. (Es bien sabido que la gente es mala y comenta).

Lo que también se sabe de aquellos años de fuerte inmigración, esto es, entre 1880 y 1910, es que la mayoría de los emigrantes eran varones. Porque la idea de gran parte de ellos no era otra que conseguir un buen trabajo, ahorrar y volverse con aquellos pesos fuertes con que se pagaba por entonces en la Argentina, para continuar su vida en el terruño. Sabemos, por nuestros ancestros, que en la mayoría de los casos no fue así. Pero también sabemos que aquel alud de varones jóvenes y sin pareja, requerían de los servicios profesionales de mujeres que les dieran alivio sexual, cuando tuvieran suficientes billetes para pagar. Y también se sabe que muchas de esas casas (o quilombos, en el decir nativo), eran regenteados por franceses y francesas y que también lo eran muchas de sus pupilas, como bien lo marcan algunos tangos (Madame Ivonne, Francesita). En consecuencia qué hay de raro que muchas de las palabras usadas entonces, para referirse a las chicas o al mismo acto sexual, tengan aquel origen, como también lo tienen ciertos tangos.

Ya que en algunos de esos lugares también se hacía música, hasta el punto de que allí, en los prostíbulos, nació –se dice- el dos por cuatro. Y algunas letras de aquellos lejanos tiempos parecen confirmarlo. Como aquella que decía: "Bartolo tenía una flauta, con un agujerito solo, y la madre le decía, tocá la flauta Bartolo". En consecuencia es más que posible que el verbo con el que se designa al acto sexual, en el lunfardo porteño, provenga de una frase que habrá sido repetida miles de veces por las prostitutas de origen francés. Es decir que aquel verbo haya derivado del "voulez vous coucher avec moi?" (¿quiere usted acostarse conmigo?). Y es más que probable que no sólo esa palabra haya nacido en el lupanar, sino asimismo esta otra: franelear. Ya que no todos los clientes de aquellos sitios concurrían con el propósito de consumar una relación sexual (que costaba dinero), sino que se entretenían mirando y, cuando podían, tocando también a las pupilas. O sea perdiendo el tiempo, como los vagos, lo que en francés se conoce como flaneurs. De donde seguramente derivó "franelear", verbo lunfa que hoy no sólo tiene connotación sexual, como la debe haber tenido en su origen. Y lo mismo debe haber ocurrido con el término "mina", que nada tiene que ver con la minería sino con el francés "mine", término que significa "cara" o "semblante" y que se aplicaría a las chicas bonitas o atractivas del lupanar, para luego alcanzar a casi todas las mujeres, salvo a la mamá y a la hermanita. Y de igual origen es fifí, que de significar "chiquito" entre los galos, pasó a ser aquí el tipo al que le gustan más las pilchas que el arroz con leche. Y también bataclana, que viene del famoso teatro de revistas francés Ba-Ta-Clan. Y rastacuero, del franchute rastaquoère, término que designa a los que hacen alarde de su fortuna. Y lo mismo puede deducirse de griseta que, así se llamaba entre nosotros a la jovencita que ejercía la libertad sexual, mientras que, en francés (grisette), designa simplemente a la modistilla, aún a aquella que no dio el mal paso.

En resumen, que el paso de franceses y francesas por aquel país de maravillas que se estaba acunando a fines del siglo XIX y comienzos del XX, fue por demás rendidor: ayudaron al crecimiento de la Argentina, nos dejaron a Gardel (el cantor más grande de todos los tiempos) y un montón de palabras sin las cuales este país, hoy, no sería el mismo.

(*) Daniel Della Costa (periodista, escritor)