¿Comida orgánica, comida inorgánica?

La comida orgánica está de moda. En el nombre de la salud, la gente, en la medida de sus posibilidades (son alimentos caros), intenta comprar “alimentos orgánicos”. Pero la pregunta que surge es ¿existen alimentos inorgánicos?, y ¿quién define qué es orgánico y qué no?
 
Todo alimento consumido por los humanos es orgánico. El único elemento inorgánico que incorporamos directamente a nuestro cuerpo es la sal. Del resto, nuestro organismo se encarga de separar y descomponer los elementos inorgánicos necesarios para nuestro propio mantenimiento. Por lo tanto hablar de comida orgánica es una suerte de sinsentido, ya que, como Homo sapiens, estamos imposibilitados de consumir directamente lo inorgánico.
 
Pero claro, cuando se habla de alimentos orgánicos se hace referencia a un tipo particular de producción. Una forma de cultivar que, se supone, no involucra agroquímicos, ni ninguna clase de agregados que no sea "natural". La realidad es que prácticamente nada de lo que comemos es natural, en el sentido de que sean alimentos que se consuman tal como vienen de la naturaleza. Desde hace siete u ocho mil años que la humanidad viene domesticando animales y plantas, es decir estableciendo un control reproductivo sobre ellos tal, que se los transformó completamente, adaptándolos a las necesidades humanas. Así las distancias en cuanto a formas, texturas y sabores son enormes entre el alimento original, en su estado de “naturaleza” y el alimento que nosotros consumimos.
 
Algunas frutas y verduras son tan "artificiales" que si no fuera por los seres humanos, ni siquiera podrían reproducirse por su cuenta. El caso más claro es el del maíz, cuya chala (la vaina que lo envuelve) debe ser retirada por un ser humano para poder dejar en libertad a los granos (ya sea para comerlos o bien para poder volver a plantar).
 
Más allá entonces de la dificultad de poder hablar con propiedad acerca de alimentos "naturales", ya que la enorme mayoría son un producto de la cultura humana, hay un cierto consenso en cuanto a la forma de producción. Así los alimentos que son producidos sin agregados químicos de laboratorio, son denominados "orgánicos" y la gente está dispuesta a pagar más por un producto cuya etiqueta contenga esa palabrita mágica.
 
Pero aquí surge otra inquietud y que en general escapa, en su respuesta medianamente certera, al consumidor común, al que no está interiorizado de los pormenores de la producción orgánica. 
 
¿Qué alimentos son, entonces, orgánicos y qué alimentos no lo son? Desgraciadamente la respuesta no es ni sencilla ni única. No hay una sola clase de producción agrícola que pueda considerarse orgánica, ya que la definición depende, exclusivamente, de qué organismo o institución lo certifique. Por lo tanto existen tantas definiciones como organismos e instituciones existen. Estas instituciones pueden ser estatales o privadas, nacionales o internacionales, pueden estar agrupadas o trabajar en forma independiente. Cada una de ellas define en una forma diferente (aunque haya, obviamente, elementos en común) qué considera orgánico y qué no.
 
¿Es entonces lo orgánico simplemente una cuestión de marketing? En cierto sentido sí lo es, ya que la definición de la categoría para el consumidor pasa por una etiqueta. Además, los productos con esas etiquetas suelen ser más costosos que los alimentos comunes. La variedad de definiciones hace también que para el consumidor la elección sea bien difícil, ya que no todos tienen los conocimientos técnicos adecuados para poder conocer cuando algo es orgánico y cuando no, más allá de lo que dice el envase.
 
Como consumidores son pocas las herramientas que poseemos para evaluar la calidad de un alimento. De algún modo estamos obligados a confiar en que el estado tenga buenas regulaciones y en que las empresas intentan dar la máxima calidad a sus productos. Pero sabemos también que el capitalismo es la historia de los engaños y que si no hay leyes que lo impidan, las empresas en su afán de lucro, son capaces de vender cualquier cosa.
 
Para aquellos realmente preocupados por lo que comen y que se deciden por lo denominado "orgánico" no queda otro remedio que ponerse a estudiar. Indagar en las diferentes normativas, verificar, en la medida de lo posible, cuánto hay de certero y cuánto de mera publicidad en los envases de los comestibles.
 
La tarea no es sencilla, pero es el precio que hay que pagar en un mundo tecnológico, donde los alimentos son también dispositivos plenos de tecnología.  
 
Lic. Diego Díaz Córdova